sábado, octubre 11, 2008

Little Acorns...

Mayo 27, '68.

Bola de culeros. Culeros todos.
Mira que encerrarme aquí, pinches malagradecidos. Seguro que ya hicieron con la casa lo que se les dio la puta gana y yo sin poder hacer nada porque de aquí solamente se sale muerto. Culeros.
En mi puta vida nunca, NUNCA me pasó por la cabeza que a esta edad fueran a meterme a un pinche asilo. De haber sabido que mis propios hijos me iban a hacer una mamada así, me habría tirado del techo después del velorio de mi esposa. Aquí la comida es asquerosa, apuñalaría en el ojo a quien sea con tal de conseguir un pedazo de bisteck aunque estuviera crudo. Hace meses que no pruebo nada decente y si veo otro plato de avena o un vasito de gelatina chingo a mi madre si no rompo una ventana y me como los vidrios. Para acabarla de chingar, los que trabajan aquí nos tratan como si fueramos retrasados mentales. "Ándele, Don Mario, cómase toda su gelatina", "Si quiere lo dejamos ver la tele otra hora, pero tómese sus pastillas". Y todavía te lo dicen bien lento.

Cuando mi esposa murió, lo acepté bastante bien. "Ahora está en el cielo", pensé. "A mi ya no me quedan muchos años, de todas formas", pensé. Pero cuando caí de una silla tratando de cambiar un foco, mis hijos comenzaron a meterse en lo que no les importaba.
Aureliano se vino a vivir conmigo, pero en tres meses se hartó y se fue, me consiguió a una enfermera y de vez en cuando él junto con Julia y Pedro me visitaban siempre diciendo que no era bueno que yo viviera solo (terminé corriendo a la enfermera de la casa, la culera se robaba mis libros y creía que yo no me daba cuenta), al final ni supe cómo pero me convencieron de venirme a vivir a este pinche asilo, dijeron que si no me gustaba la primera semana, me llevaban de nuevo a la casa, pero ya no regresaron los culeros.

He tratado de suicidarme, sí.
Más de una vez, sí.

La primera vez fue bastante patética, con un cuchillo que nos dieron a la hora de la comida, de esos desechables por si alguien no podía cortar fácilmente las tortitas de papa (hazme el puto favor). No pude cortarme las venas y me quitaron todos los cubiertos menos una cuchara de plástico azul que me dieron.
La segunda vez me encerré en el baño, rompí el espejo y me corté el cuello, pero llegó rápido un cerrajero y no me morí porque mis hijos me donaron sangre, o eso me dijo el pendejo al que ahora tienen todo el día cuidando que no haga yo otra pendejada. (Aunque ya no tiene espejo) También me quitaron la puerta del baño y ahora ni puedo cagar a gusto.
Hoy fue mi cumpleaños y nadie se acordó. Desde hace tres o cuatro semanas he estado guardando debajo del colchón las pastillas que nos dan todos los días después de cada comida. Mañana en la mañana (incluyendo las pastillas que me den en el desayuno) tendré 46 pastillas blancas y 38 azules, aunque no sé para qué putas sirven, las voy a revolver con la avena y si tengo suerte, eso será suficiente para matarme. Y como el pendejo que me cuida siempre llega cuando yo ya estoy desayunando, no habrá problemas.

Me da asco morirme así, solo en un cuarto que huele a orina, suicidándome con pastillas como alguna especie de muchachita fresa, y escribiendo una nota de suicido (o eso creo que es esto) en la última hoja de un libro de superación personal que me niego a leer.
Gracias a mi esposa, por los mejores años que he vivido.
Gracias a mis hijos, por ser tanto mi razón para vivir como la razón de mi muerte.

No tengo mucho más que decir. No sé si me alegra la idea de salir de aquí sin haber hecho amigos y no sé si me alegra saber que mañana saldré de aquí en una bolsa negra, pero bueno.

Suicidio al cumplir los 78 años. Suena bien triste.

3 comentarios:

El Che dijo...

Yo te sacaría de ese asilo, Chubby, nunca te dejaria asi ;D.

Nightwing dijo...

Tus hijos no tienen madre.

Suicidate con estilo, que tu muerte sea bella.

Anónimo dijo...

Guau. Admirable.

<3